
Fantasmagoría del profesor jefe
Por Fernando Honorato
Director Ejecutivo
Los roles de profesor jefe y profesor de asignatura plantean una compleja disyuntiva en la relación con los estudiantes, pues se trata de la misma persona en roles distintos. El profesor de asignatura desempeñando un rol funcional, regido por normas y procedimientos bien definidos, el profesor jefe en un rol personal, blanco de proyecciones e identificaciones que no se ven a simple vista pero que lo implican. El mismo profesor, abocado con contratiempos más vinculados a la tarea de enseñanza, entra en su rol de profesor jefe con los mismos estudiantes, como si cambiara de ropaje, a un universo caótico donde se confunden significados, pudiendo ser puesto en el lugar de padre odiado, o ausente, que no por adulto no afectado por sus propias demandas, sobreprotegiendo o fustigando si lo que aflora es la debilidad o el odio, esclavizado tal vez por la palabra respeto de su infancia, que marcaba un juicio y asimetría aplastantes, no ajeno a las vicisitudes de su propia historia, que el paso del tiempo las va estructurado como una identidad, comportando automatismos fuera de toda crítica.
Todos, profesores y alumnos atrapados en su problemática, en su falta, agujereados por su historia, en demanda de respuesta, protegidos por un uniforme invisible como si se tratara de una fiesta de máscaras.
Así, el profesor jefe, sujeto a su propia incomprensión aborda su tarea como ciego apoyado en su bastón, expuesto a los obstáculos del suelo, al atropello de los zapatos de un niño que corre, o a la mordedura de un perro que se siente atacado, o a demandas desplazadas, como el niño que se queda durante los recreos en la sala esperando al borde del delirio que éste lo nombre “hijo”, o la niña que se enoja silenciosamente con su profesora porque de pronto comenzó a darle su lugar de escogida a una compañera, o el alumno que se sitúa como estatua en el mismo lugar de siempre, paralizado por algún miedo, por su implementada incapacidad de relacionarse o por sentimientos persecutorios que lo hacen interpretar cualquier acercamiento como una amenaza, como el chanchito de tierra que se enrosca cuando se le toca, o el colibrí que huye ante un movimiento de mano.
Y es que el mundo que se levanta en el encuentro infinito entre el profesor jefe y el alumno, sumerge en la confusión, no acertando a discriminar, a ver al otro en su realidad, en una fantasmagoría que ciega la mirada, enmudece las palabras y cierra los oídos.